La ausencia de recompensa tras un esfuerzo o la falta de reconocimiento de un derecho, nos puede llevar a la percepción de injusticia. Nos frustramos también cuando no se ven cumplidas nuestras expectativas. Por ejemplo, se activa la rabia cuando suponemos que alguien debe hacer alguna cosa “porque es lo que toca” y eso no sucede. Las personas que perciben esas injusticias, frecuentes en el ámbito familiar o laboral, pueden verse desbordadas por sus propios arranques de ira o temerosas de explotar por tanta tensión contenida. En otros casos están como en una montaña rusa: aguanto, aguanto hasta que no puedo más, exploto y vuelta a aguantar. Una vez el vaso se ha vaciado, parece que se arman de paciencia, de aguante, hasta la próxima…
La rabia puede ir en dos direcciones: hacia afuera y hacia adentro. Si nos entregamos a los demás indiscriminadamente, sin ninguna protección, y se aprovechan de nosotros, podemos sentir rabia hacia los demás y hacia nosotros mismos. Podemos culparnos por dejarnos llevar por una necesidad de afecto que nos conduce a relaciones destructivas: “me equivoqué al confiar en esa persona”. El sentimiento de culpa por un fracaso nos puede llevar al auto-desprecio, a la vergüenza o al abandono en forma de respuesta depresiva. Y si la respuesta es agresiva, puede desencadenar conductas dañinas o suicidas. En algunas situaciones, en lugar de ira puede aparecer la decepción y la manifestamos a través de la queja, el reproche, la excusa o el reconocimiento de nuestros propios fallos.
El Curso de las emociones se prolongará hasta finales de junio, con una sesión semanal, todos los jueves de 18:00 a 19:30h.
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